jueves, 30 de abril de 2009

PRIMERA RELACION: LA POBREZA Y LA MUERTE.

“¿Qué hay entre ti y mi?”.
Nuevo Testamento. (Mc., V, 7 y Lc., VIII, 28).
Cita de Soren Kierkegaard:“El concepto de la angustia”.

I. Así como los muertos nos hablan de la muerte y ningún muerto ni todos los muertos son la muerte, y menos aún la eternidad, así también la pobreza.


Cada pobre vive la temporalidad estricta de su pobreza, sin embargo no la agota ni confunde su sustancia –propia e indeclinable por su sentido de trascendencia– con esa pobreza que no es en su origen naturaleza, menos aún designio de la divinidad. (Es inconcebible una perfecta divinidad que haga “trampas” a sus criaturas, pervirtiendo con la aparición de la pobreza ese poder de acción en libertad que define lo humano, que hace de lo humano el espejo donde la vida se refleja como amor en los ojos del otro).
Atrapado por la pobreza, despojado de su conciencia real, vaciados los contenidos de su existencia, sin posibilidad de tomar distancia de su permanencia en el dolor para observarse, el pobre no puede alcanzar la verdad de su real padecer, y hasta llega a sentir, desde una resignación que lo involucra sin transito con la producción alienada de la vida, que su pobreza particular le pertenece, que es la herencia recibida y la que debe transmitir, incluso como acto de fe, en tanto que bajo la mirada del ayer existe la pobreza y su mirada del mañana no deja de ser el recuerdo del hoy que revive en su condición de pobre.
Entonces la pobreza se convierte –he aquí la cruel paradoja-, en el último, fugaz y agónico camino de salvación de su extremo dolor. La angustia nace en el pobre porque la conciencia de la pobreza lo enfrenta con la muerte. Más aún, le han enseñado que la pobreza es un crimen del pobre.
Inducido día y noche al suicidio como sacrificio redentorio, será preciso –desde la lógica que garantiza la pobreza– que con su pasividad extrema el pobre pague sus culpas y recupere la inocencia.
Lo que se calla es que nadie puede ser inocente en la pobreza, que su materia es la ignorancia y su producción masiva, crónica e indiferenciada.
La pobreza contiene al pobre en su vastedad como la mar a sus olas, sin darle calidad de sujeto, jamás será un rostro y un nombre, no tendrá historicidad ni conciencia crítica, y obligado a sufrir el divorcio absoluto de su cuerpo y su alma –destruidos en soledad– no podrá devenir en espíritu de humanidad. No hay responsabilidad por la pobreza del pobre. Tampoco se acepta la culpa, en tanto el pobre está puesto por fuera del mundo humano, ni siquiera es lo otro, pertenece a una categoría abstracta y sin sentido, que se reproduce a sí misma: la pobreza
Así la pobreza no requiere sustancia primigenia de vida, es un predicado de la muerte; será vista como la consecuencia accidental –no previsible, tampoco deseada– de la riqueza. O, si se prefiere, un derivado patológico (se piensa en un delito aberrante, en una pústula, en un delirio) de un proceso de legalidad, de salud y normalidad que organiza el universo de los hombres “bien pensantes”, quienes, imbuidos de fe santa, libran contra el “mal” de los pobres la batalla por el paraíso perdido.
La pobreza nace con cada pobre, que deberá andar con sus pies sobre el mismo fuego original.
La muerte de un pobre no es el fin de la pobreza, que desde su ajenidad sigue regando las sombras como si fueran rosas.

II
La muerte ante la conciencia de la vida jamás será la nada (que estremece pero también justifica); es un no poder ser que nace cual detritus del amor sobre la angustia de la existencia, una eternidad paralizada en el instante que abrió sus alas y clavó sus garras en la materialidad de un hombre desnudo y sin socorro en el paroxismo de la desesperación.
La muerte es un todo de sustancia no perfecta, que antecede a la vida y se perpetúa en cada una de las vidas, tengan o no tengan pasado.
El discurso de la muerte recoge las palabras de la muerte y el silencio de los muertos, fundidos en los bordes del vacío.
La muerte no es el pecado de la vida.
El pecado de la vida es la pobreza, donde vuelven a escucharse, sin respuestas, las palabras de la muerte y el silencio de los muertos, en un desierto que desconoce la resurrección.
La muerte es para los vivos que han tenido existencia y en plenitud no forzada (se habla del ejercicio develado de las contradicciones). Así los pobres, que son “numerosidad” en la pobreza, pasan a la muerte desde una posición que se inscribe como materia tanática, agonía de la continuidad en una infinitud sin tránsitos.
La pobreza es una acción antes que un estado. Al igual que el lenguaje sólo se entiende como un todo. Se da de una vez y para siempre. (Salvo que la oscuridad de origen que la estructura y resguarda, se ilumine con su propia muerte).
La pobreza es más que una cantidad de privaciones, humillaciones y estadísticas: es una calidad morbígena, nefanda.
La pobreza priva de la conciencia profunda de la vida, ya no hay una anterioridad a la vida como pobre, ni una posterioridad a la muerte en la pobreza.
La pobreza a lo sumo permite navegar por los márgenes del saber de la pobreza; llegar a la verdad que escandaliza la realidad desde el interior de la pobreza, exige una experiencia que abreva en los rituales del sacrificio, y provoca, desde la excepción individual, la aparición del héroe, el genio o el mártir. Vista la pobreza como totalidad, su saber absoluto solo puede lograrse desde otra totalidad: su no existencia.
Es que la pobreza ya no necesita vincularse con la muerte. Existe en ella y por ella.

III
El ser sin existencia ocurre en los sueños.
El sueño es una eternidad que se produce en la vida.
La muerte no sueña la vida, la espanta, tras el pavor agudo de la pobreza.
La vida es anterior a la pobreza, pero la pobreza no reconoce el pasado de la vida, el tiempo lo conjuga en continuidad del presente.
La pobreza se mueve sin memoria y sin remordimiento. La memoria necesita de lo humano; tampoco es posible el remordimiento sin una divinidad que pida cuentas sobre el amor. El olmo nunca se planteó dar peras: en el espacio de la pobreza no hay lugar para lo humano y la divinidad sólo se recibe en tanto contribuya a la reproducción de la pobreza, convertida perversamente en principio de la realidad. Limosnas y resignación, perdón o consuelo son máscaras múltiples de un mismo crimen.
La pobreza es aquí un fantasma que abre los espejos del horror. Detrás de las máscaras absurdas, el horror es la muerte. La pobreza tiene el rostro definitivo de ningún rostro, un vacío sin humanidad, anonimidad pura.
En la pobreza la muerte no será el recuerdo crítico y consciente de la vida. El “bien” y el “mal” resaltan las opciones estereotipadas de una misma tragedia. La justicia o la piedad apenas sirven de alegorías macabras.
El pobre que muere con los zapatos de pobre sin haber soñado la muerte de la pobreza
–se habla aquí del sueño que saca a flote el deseo y anticipa la realidad–, no muere para la vida: despojado y expulsado de su existencia (su mismidad será un fantasma), muere sin clausurar el proceso de muerte, es apenas un fugaz suceso de la pobreza.
El pecado originario de la vida es la pobreza y no tiene absolución en el reino de los cielos. La “condena” al trabajo para modificar la naturaleza y reproducir la vida es el precio de la libertad, y hace de la pobreza una cuestión absolutamente humana, un litigio histórico y social.
La pobreza es cantidad que prosigue en cantidad sobre la tierra hasta que la muerte extinga el sentido de la vida.
La lectura individual de la pobreza responde a las reglas del azar. Páginas abiertas por el viento, a veces socorrido por las diosas del destino.
En la pobreza hay una garganta común que se oprime hasta que cada pobre, uno a uno, se cubre con las cenizas de la noche.
Cubiertos por esas cenizas de la noche no tendrán los pobres en la pobreza otra resurrección que la conciencia.
Los sueños de los pobres no son “un accidente maléfico”; tampoco responden al “espíritu de la inocencia”, nacen como un estertor desde la materialidad atroz de la pobreza, allí donde la muerte sueña la muerte de los pobres con los ojos bien abiertos.
Los pobres sueñan con los ojos dormidos para no ver la pobreza, pero ven la muerte, que jamás fue un pasajero de sus días, siempre estuvo en el final del camino. (¿Qué ven en la muerte los pobres...? ¿La vida que no dejó ver la pobreza...? )
La vida de los pobres se inicia con la muerte de la pobreza. En ese instante, abre sus aguas el río de la pureza, para que el sueño de la vida sea la propia vida, y la pobreza, ajena al poder de la muerte, sea apenas memoria del espíritu humano, cuando fue humillado, en nombre de la ley, sin que “clamara el cielo”, sin que se detuvieran las honras a la razón con que el poder instituye y vigila este mundo...

Vicente Zito Lema
2005

LA PRINCESA, LA NIÑA POBRE Y LA MUERTE DE LA TIERRA.



La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? Ha perdido

su risa. Su boca está seca. La boca humana se cerró. Las palabras

que decían son silencio, en el polvo de la muerte que todo

lo convierte en memoria sin sudor…

¿Dónde está la risa de la princesa de la infancia? ¿Dónde está la infancia

de quienes nunca tuvieron princesas de cuentos y poemas

ni una infancia abierta a la mañana abierta

como un río de estrellas en el final de la noche…

La princesa está triste. La niña de la pobreza que se come sus dedos

está triste. Mañana se comerá su mano, su brazo, su hígado, su corazón.

Mañana se comerá la mañana.

¿Habrá mañana…?

La princesa está perdida en la niebla de los sueños. La niña de la pobreza

está perdida y olvidada y vejada en la oscura luz de la pobreza…

La pobreza de los sueños. La pobreza de la realidad sin sueños. La pobreza

de la vida que se vive en la muerte…

Allí están los cielos. Opacos. Opacos…

Aquí está la tierra. ¿Han visto la tierra con ojos de tierra?

La tierra está triste. ¿Qué tendrá la tierra?

La tierra está pobre. ¿Quién trajo la pobreza?

¿Dónde está la riqueza que hizo la pobreza?

¿Qué fue de los sueños de la princesa?

¿Dónde está enterrada la niña de la pobreza?

¿En la tierra sin cielos? ¿En la tierra sin tierra?

¿Quién, dónde y cómo? ¿Por qué se entierra

a la tierra?

¿No habrá una pasión de alegría para la triste princesa?

¿No habrá labios de amor para la niña de la pobreza?

¿Alguien le dirá a la muerte

que si la tierra se muere

ni siquiera habrá muerte….?



Vicente Zito Lema,

abril de 2009

lunes, 13 de abril de 2009

EL CUERPO DE LA POBREZA.

Ser en la pobreza, en la desmesura sufriente de un ser
entre las sombras de su existencia. En la desmesura
absoluta de las pasiones tristes que lo desviven y en la
desesperación tan ávida como lejana de la felicidad, un
territorio más que utópico, apenas ilusorio.

Ser en la pobreza, en la irracionalidad de una época de
pobreza que deviene por fuera del sentido trasmitido como
lo vero humano. Ser en la pobreza, con una lógica y en
una estrategia para responder a una necesidad urdida en el
consumo de la vida, donde la pobreza también se consume
como fruto maldito, como vacío descarnado del otro,
como certeza del peligro que encarna el otro… en tanto
espejo de una existencia sólo posible en el horror.

Ser en la pobreza, ser madera en la hogera sin límites,
donde siempre sopla el viento que aviva las llamas pero
también alerta a la vida; ser en la pobreza, como si
alguien, pese a todo, pudiera sastisfacer un mandato
propio de los antiguos dioses, de los héroes sin tiempo…

Ser en la pobreza, cuando la vida y la muerte, en tanto
actos del bien y del mal que la corporizan, la vuelven
pensable, tangible, fatalmente material. Ser en la pobreza,
estar allí, sin otra salida que quemar las naves y decir
– entre risas, pánico y desafíos– : ¡vengan por mí, yo ya
fui!


Hay un aire que asfixia, un agua que ahoga, una luz que
oscurece sin escándalo. Sin que se altere el dictado
manifiesto de la ley: pulcro en las formas, corrupto en su
génesis, siniestro en su anclaje… Se permite una sospecha
de la verdad, sólo en los límites que imponen las
estrategias legitimadas por el poder sobre el saber
científico: impolutas, objetivas, desapasionadas… sin
espacio para involucrarse con la verdad de ese cuerpo que
se observa y se investiga mientras el cuerpo se martiriza.

Hay, en definitiva, un mundo de lo real que apesta por sus
cuatro costados, una luz de lo impuesto de lo real que
oscurece la luz de la vida, sin que la belleza deje de
suspirar entre las nubes de un cielo que brilla lejos de esa
tierra opacada, privada de amor, en la que apenas acontece
el ser de la pobreza, sin más consuelo que una rápida
agonía.

Es un espacio cotidiano, ganado por el miedo, paralizado
por el terror, acrítico, donde todo se naturaliza con una
ligereza que espanta, donde la representación de la vida se
confunde con la vida misma, en el espasmo angustiante de
la existencia. El dolor del ser en la pobreza será
minimizado, o peor aún, encerrado en la categoría de
castigo divino, de aprendizaje cruel pero merecido. En
cuanto a la humillación que sufre el ser en la pobreza, se
provoca un fenómeno de descalificación a partir del propio
lenguaje. La palabra se tensa como un látigo para azotar el
alma… sin escándalo.

Más allá de escondrijos y urdimbres del pensamiento, se
trata de entender que el ser de la pobreza se manifiesta en
la realidad social como el ser en el cuerpo (un cuerpo que
en armonía bienechora pudo convertirse en la casa del
alma
…).

He ahí sin tapujos la realidad del ser en la pobreza, aquello
que lo constituye y también lo diferencia: su existencia se
da en el espacio y en las prácticas de un cuerpo, que lo
produce y lo contiene en sí, el cuerpo de la pobreza. Para
el ser, puesto allí y sin poder salir de allí, por fuera del
cuerpo de la pobreza no habrá existencia. (Por más que lo
necesite, aunque su deseo se convierta en plegaria, en
blasfemia o en delirio.)

Todavía más: ese cuerpo, humano y no humano, nunca
acabado en su martirio y en su aprendizaje, resulta el
verdadero ser, la realidad manifiesta de la pobreza en la
construcción trágica de la existencia.

Ese cuerpo de la pobreza, ese sujeto sin metáforas ni
lenguaje que lo encubran, es un espacio permanente de la
contradicción, donde se produce a cara de perro el
histórico combate entre la vida y la muerte (que en algún
discurso se personifica en Eros y Tánatos, creando y
destruyendo, o si se recurre a la música habrá que
memorar los acordes de la luz y las tinieblas. ¡Fragor!,
¡Fragor!)


Hay un cuerpo como lluvia de cenizas. Hay un cuerpo
material para que la idea de la pobreza desnude su
impotencia. El cuerpo del ser en la derrota: el cuerpo del
fracaso de la historia como sueño humano. Ese cuerpo
excluído de los atributos de su mismidad, porque el
reconocimiento del cuerpo del otro se agotó en la práctica
de la usura.

Hay un cuerpo que anda por el mundo, sin espacio en el
mundo. Sombra y fantasma. Un cuerpo demandado,
sometido, ultrajado, amputado, violado, abusado,
despreciado, disciplinado, torturado, condenado en el
hacer y en el no hacer. (¡Palos por si bogas y palos por si
no bogas!
)

Ese cuerpo testigo de la vida como agonía de la vida.
Ese cuerpo sujeto de la agonía, ese cuerpo territorio de la
agonía, como si fuera todo el cielo y toda la tierra…

Ese cuerpo que narra –minucioso, exasperante…–
la historia del propio dolor humano.
Ese cuerpo de la pobreza sirviente de otras vidas que
existen a partir de su vida, y al que se le exige (mientras se
lo aleja, se lo exilia, se lo niega) la más preciada conducta
de vida en el vivir de otra vida, privilegiada como única y
elegida vida, desde el bien de la razón y el bien del
corazón. O sea: un espacio de representación, unas reglas
de acción legitimadas por sí y en sí, que rechazan
drásticamente todo lo que huela a cuestionamiento, a
simple diferencias en el saber y en los sentimientos, ni
siquiera se podrá imaginar por fuera de lo imaginado sin
que ocurra el castigo.


El cuerpo de la pobreza ha sido puesto fuera del tiempo.
Ha sido puesto fuera de sí. Es un acontecimiento sin
especificidad ni distinción. Amorfo y eterno.

Ese cuerpo de hombre, de niño… Ese cuerpo de mujer
irrepetible pasará a ser una ola en el mar, un cuerpo en el
sinfín de los cuerpos, en el agotamiento de la pobreza.

Un cuerpo de mujer, maldito y malnacido, objeto de la ira
de cualquier dios que se precie, pasto donde come el
Maligno, cama donde fornican todos los demonios de la
tierra y del infierno.


Ese cuerpo de la mujer de la pobreza, primero violado en
la impunidad de la cultura y después despreciado y penado
si no acepta los efectos secundarios de “la susodicha
violación según la boca de la dicente”, que “aquí fecha la
denuncia sin aportar mayores pruebas”, más que “su ropa
desgarrada, moretones fuertes en la cara y varias
cuchilladas en el cuerpo de la susodicha”…


Ese cuerpo, esa pobreza, esa mujer (y ahora se habla de la
figura de Madre y el cuestionamiento de las conductas
puestas fuera del imaginario representativo –¡Oh, Mater
amantísima!
–), que se deberá juzgar, castigar, demonizar,
desde la Ley, la religion y la moral, cuando somete su
cuerpo sometido a un nuevo sometimiento.

Trastocada la realidad desde su representación cultural la
violada violará y la victima es victimaria; todas las fuerzas
del mundo caen sobre el cuerpo de la pobreza, si vende o
si alquila su cuerpo, o lo permuta (sea en una parte o en el
todo, sea el vientre o la vagina, por hora, por días, hasta
que la muerte separe su cuerpo, o hasta la mismísima
eternidad), si castiga su cuerpo, si entrega a la muerte su
cuerpo o los frutos de su cuerpo…

El cuerpo de la pobreza será el horror –y el alma de ese
cuerpo también será penada, por el peor pecado cometido
con horror–, si abortó a su hijo aún en el trance del crimen
que sufrió, si abandona a su hijo en el terror de la pobreza
que la invalida, si lo vende o lo alquila por dinero o por
desesperación… Así también se prolongará el horror si se
aprovecha del humilde, del frágil fruto de ese vientre y lo
obliga a trabajar, a mendigar, a robar, a dejarse violar y
quedarse con las migajas en el tan provechoso, como
protegido, comercio de la prostitución… O si grita o llora
a más no poder por ese hijo que pierde el cuerpo de la
pobreza, la mujer de la pobreza más pobre, en el medio de
una noche sin belleza, ni piedad, ni olvido, esa noche
que siempre será la noche… Sin escándalo.


El que pregunta ya sabe. El que calla también sabe.
¿Quién se arroga lanzar la primera piedra?
O mejor: ¿quién se arrima al cuerpo de la pobreza para
destruir, junto a él, la pobreza que vive para que viva la
riqueza, esa riqueza que sólo vive en la riqueza, viviendo
de la pobreza, así como el mal vive en el mal y la muerte
en la muerte, así como el mal y la muerte existen en la
riqueza…?

Hemos vivido y ahora podemos preguntar:
¿Quién habla del amor desde el desamor…?
¿Quién exige lo justo al que fue obligado a sobrevivir en
la perpetuidad de lo injusto?

¿Quién trasciende la agonía cuando la soledad llama a la
soledad?

¿Cómo pedir palabras al sufriente en su lengua cortada,
decisión crítica al que fue saqueado hasta en su conciencia
y obligado a bajar la cabeza hasta que sus ojos se
confunden con el suelo?

¿Gestos de piedad a quien fue llevado a las rastras al
matadero, como si allí lo esperara la pira de la bendición?

¿Qué fue de la dicha? ¿Cómo se perdió la inocencia
prometida? ¿Acaso nuestra alma daba para más…?

Las nubes… Las nubes… Esas nubes que mueven el cielo
sin glorias…


Vicente Zito Lema
Verano de 2009